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lunes, 6 de marzo de 2017

El general republicano católico Escobar, el descubridor de los ardides de Franco.

El general Escobar


Antonio Escobar Huerta | Último general de la República Española
 El General “olvidado”, o el “muy católico” General son algunos de los sobrenombres con los que, muy raramente, se hace referencia a D. Antonio Escobar Huerta (“La guerra del general Escobar” de Olaizola, premio Planeta de 1983, y “Entre la cruz y la República” de Arasa, entre las pocas obras que lo abordan), guardia civil, hombre de honor, defensor de la República Española y la Constitución española de 1931 a la que había jurado lealtad. Aunque en julio de 1936, mantener la propia palabra y la lealtad a la Constitución española representase una auténtica temeridad, cuando no una condena cierta a muerte, en todos aquellos lugares en los que los golpistas se hicieron con el control. Lo que no pasó en Barcelona precisamente porque, en el momento de mayor incertidumbre, la Benemérita, mandada por Aranguren y Escobar, se mantuvo leal a las instituciones democráticas decantando la situación de la Ciudad Condal del lado de la legalidad.
Cuenta el anecdotario que el propio President Companys suspiró aliviado cuando, al ver aproximarse a los hombres de Escobar, armados y en formación, al edificio de la Generalitat de Cataluña, éste les ordenó saludar a la institución y continuó su marcha a la toma de los emplazamientos dónde los golpistas se habían hecho fuertes y se enfrentaban a los milicianos de Durruti. Otros le atribuyen aquel famoso "Visca la Guardia Civil".

No sería ésta su única responsabilidad decisiva, encargado inmediatamente a continuación por el propio General Vicente Rojo de la encarnizada defensa del sector de la Casa de Campo – vital en las horas más dramáticas de la batalla de Madrid – cuando su caida era tan previsible que hasta algún corresponsal inglés que acompañaba las columnas de los golpistas se aventuró a enviar a Londres una precipitada crónica, que sería publicada al día siguiente, sobre cómo se había producido supuestamente ya la entrada de falangistas y requetés en la capital de España… con tres años de adelanto.
Honrado, íntegro, comprometido con la defensa de la República española hasta decir basta en todo lo que se le conoce hasta la fecha, resulta difícil recoger en estas líneas el alcance de lo que a Escobar le supuso cumplir con su deber con el Gobierno legítimo: desgarrado por el dolor de ver a uno de sus propios hijos pasarse al bando de Franco, de saberlo más tarde caido en la batalla de Belchite, blanco él mismo de recelos y desconfianzas de los sectores más radicales –repudiado por sectores de la extrema izquierda tanto como lo sería desde el primer momento de la contienda por la extrema derecha – y hasta objeto de un fallido atentado que no se ha llegado a esclarecer si fue perpetrado por quintacolumnistas infiltrados en la República.
Herido en varias ocasiones, el Presidente Azaña en persona le autorizó un peregrinaje a la Virgen de Lourdes, todavía convaleciente, que fue la comidilla de la retaguardia republicana, y de las malas lenguas que decían que aprovecharía el permiso para escapar a Francia ante lo crítico de la situación.
No fue así, sino que regresó para pasar a asumir el mando del ejercito de Extremadura, uno de los pocos operativos que aún le quedaban a la República, emprendiendo, a inicios del 39 – ya perdida la batalla del Ebro – la que sería la última ofensiva, a la desesperada, de la Segunda República Española, en el sector de Valsequillo-Peñarroya, intentando desviar, con ello, el avance principal franquista y ganar el tiempo que no se llegó a tener para organizar una segunda línea defensiva en Cataluña.
Tras la captura de Almadén y la ruptura definitiva del frente de Extremadura, caida ya Barcelona y perpetrado el autogolpe casadista en Madrid, Antonio Escobar Huerta, el último General de la República española en territorio nacional, rindió su mando ante Yagüe y sus legionarios en el antiguo casino de Ciudad Real el 26 de marzo de 1939.
Leal a la República hasta el final, pudo haber escapado en una avioneta a Portugal pero decidió permanecer junto a sus hombres, convencido de no haber hecho otra cosa que cumplir con su deber de guardia civil y decidido a correr su misma suerte: el propio Franco intervino en persona para asegurarse de que fuese pertinentemente fusilado.
Y esa “España mejor”, democrática, constitucional, que Escobar defendió con su vida hasta sus últimas consecuencias, aún no ha sido capaz de decir que el cargo acusatorio de “rebelión” por el que fue condenado por los rebeldes de verdad no tiene validez jurídica alguna.
Que su “Consejo de Guerra” fue una farsa predeterminada en su resultado antes de empezar, y que su ejecución, sin haber cometido crimen capital alguno, fue un simple y vil asesinato: parte del exterminio general llevado a cabo por la dictadura.
Una mala ley “de la memoria” – hecha con más cálculo y miedo a los votos del que Escobar y los suyos mostraron a las balas de los sublevados cuando había que jugarse la vida defendiendo nuestra Constitución – dejó pasar la oportunidad de declarar la nulidad jurídica, de pleno derecho, de todo ello y de restaurar el honor de todas estas personas irrepetibles. Pero mejor no entrar en tales comparaciones entre unos y otros - la actuación de los hacedores de nuestra “olvidadiza” ley con la de los defensores de nuestra República perdida – que las comparaciones, a veces, pueden resultar demasiado odiosas.
Antonio Escobar Huerta murió crucifijo en mano y mandando su propio pelotón de ejecución, al amanecer del 8 de febrero de 1940 en los fosos del Castillo de Montjuic.
Ninguna calle en Ciudad Real, Barcelona o Madrid, ni tan siquiera en Ceuta – su ciudad natal –, lleva su nombre.
Ninguna estatua conmemorativa recuerda entre nosotros a este guardia civil que mantuvo su palabra y cumplió con su deber más allá de lo que a nadie se le puede exigir.
Ninguna izquierda democrática, ninguna derecha democrática, ha entendido todavía oportuno reivindicar la memoria de este hombre de honor que mantuvo su juramento de defender nuestra Constitución a tan alto precio.
    (Ceuta, 14 de noviembre de 1879Barcelona, 8 de febrero de 1940) fue un militar español miembro de la Guardia Civil que destacó como militar de alta graduación en la Guerra Civil Española por defender a la II República a pesar de sus profundas convicciones católicas y de la represión que hubo en los primeros meses hacia la Iglesia católica. Sus orígenes y convicciones católicas no le supusieron ninguna contradicción para mantenerse fiel a la República durante toda la guerra.

    Orígenes y familia

    Antonio Escobar nació en Ceuta en 1879, en el seno de una familia de tradición militar. Su padre era comandante de infantería y falleció durante la Guerra de Cuba, siendo él niño. Era hijo, hermano y padre de militares, y también fue padre de una monja adoratriz. Tras llegar a edad adulta, Escobar acabó haciendo su carrera en la Guardia Civil.

    Guerra Civil Española

    En julio de 1936 ostentaba el rango de coronel de la Guardia Civil y estaba destinado en Barcelona, al frente de la 19.ª Comandancia,1 cuando se produce el golpe militar del 18 de julio. Católico y conservador, se mostró fiel a su juramento al gobierno de España, resultando decisivo en la derrota de la sublevación en Barcelona.2 Puesto en ese momento a las órdenes del presidente de la Generalidad,3 Lluís Companys, siempre consideró un error que no se desarmara a las milicias anarquistas tras el fracaso de la sublevación y que se les dejara campar a sus anchas y se hicieran con el control casi total de la ciudad. La quema de conventos y asesinato de religiosos que siguieron al fracaso de la sublevación en Barcelona le afectaron profundamente, pero mantuvo su compromiso con el régimen republicano. Salvó del fusilamiento al cardenal y arzobispo de Tarragona Francisco Vidal y Barraquer.
    Habiendo ganado la confianza del presidente Manuel Azaña tras la transformación de la Guardia Civil en Guardia Nacional Republicana (GNR), Escobar se incorporó al Ejército del Centro al frente la llamada Columna Escobar, una unidad compuesta por tropas de la Columna Tierra y Libertad y guardias civiles de la 19.ª Comandancia de Barcelona.4 Durante los siguientes meses combatió en los sectores de Talavera, Escalona y Navalcarnero tratando de detener el avance de las tropas sublevadas hacia Madrid. Fue gravemente herido en la Casa de Campo de Madrid durante la defensa de la capital,5 por lo que tuvo que permanecer en reposo durante varios meses. Durante su convalecencia, permaneció varios días en el santuario de Lourdes,6 en Francia con permiso expreso del presidente Azaña. A pesar de haberse podido quedar en Francia, regresó al territorio republicano y continuó a las órdenes del gobierno republicano.
    En la víspera de los Sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, el gobierno republicano le nombró Delegado de Orden Público en Barcelona,5 una medida con la que el gobierno recuperaba las competencias de orden público en la ciudad condal. Sin embargo, nada más llegar a Barcelona fue herido de gravedad en un atentado anarquista; le sustituyó en el cargo el Teniente coronel Alberto Arrando Garrido. Una vez recobrado, tomó parte en acciones militares durante la batalla de Brunete. Por estas fechas su hijo menor, José Escobar Valtierra, falangista que combatía en el bando sublevado, pereció durante la batalla de Belchite.7 En 1938 es ascendido a General y el 19 de octubre se le asigna la jefatura del Ejército de Extremadura.5 Durante los siguientes meses se dedica a reformar en su estructura y organización interna, pues había quedado muy vapuleado tras los pasados combates de aquel verano.
    Hacia el final de la contienda
    En enero de 1939 dirigió la Ofensiva de Valsequillo, la última operación ofensiva emprendida por el Ejército Popular de la República.8 Si bien las tropas bajo su mando lograron recuperar amplios territorios y poblaciones, esta operación no consiguió influencia alguna en el desarrollo de la guerra, que a estas alturas era totalmente negativo para las tropas gubernamentales. La acción republicana empezó a desgastarse y la moral de la tropa cayó en picado; las condiciones climatológicas y el mal equipamiento de los soldados —que en algunos casos van faltos de armamento y de uniforme— también hacen mella.9 El propio general Escobar está físicamente agotado y se muestra hastiado10 ante el eternizamiento de los combates sin que prospere ninguno de ellos, así como la elevada pérdida de vidas consecuencia de una resistencia franquista a ultranza. A comienzos de febrero las tropas republicanas se repliegan a sus posiciones de partida y la operación se convierte en un nuevo fracaso del Ejército Popular de la República, al que hay que añadir la caída de Cataluña por aquellas mismas fechas. Después de este fiasco, Escobar se convenció definitivamente de la inutilidad de continuar la guerra, como también pensaban otros altos oficiales republicanos.
    El 16 de febrero varios altos mandos republicanos, entre los que se encontraban los generales Miaja, Matallana, Menéndez, Casado y Escobar, se reunieron con el jefe de gobierno, el presidente Negrín en el Aeródromo de Los Llanos. Durante el encuentro algunos militares expusieron abiertamente la necesidad de poner fin a la contienda.11 El 5 de marzo el Coronel Casado se sublevó contra el gobierno Negrín y se hizo con el poder en la mayor parte de la España republicana, aunque los comunistas se negaron a secundar el golpe y en algunos sitios ofrecieron resistencia. El general Escobar inicialmente se mantuvo a la expectativa,12 pero finalmente se unió a la conjura de Casado y su Ejército de Extremadura aplastó la resistencia comunista en Ciudad Real.13 14
    No obstante, Casado fue incapaz de alcanzar una paz negociada con Franco y el 26 de marzo de 1939, ante la ofensiva final de las tropas franquistas, Escobar rinde sus tropas al general Juan Yagüe en Ciudad Real.15 Aunque éste le llegó a ofrecer una avioneta para huir a Portugal —Escobar era el único general del Ejército Popular que todavía quedaba en España—, el general Escobar declinó la oferta y prefirió permanecer en España.16

    Posguerra y fusilamiento

    Irónicamente juzgado por rebelión militar, es condenado a muerte por un tribunal militar. A pesar de que altos dignatarios de la Iglesia católica como el cardenal Segura solicitan su indulto,17 Franco no cede y el coronel Escobar (no se le reconocieron los ascensos obtenidos durante la guerra) es finalmente fusilado en los fosos del castillo de Montjuic el 8 de febrero de 1940.18 El propio Escobar dirigió su ejecución. El mismo piquete de la Guardia Civil rindió luego honores militares a su cadáver.19 El jefe superior de Escobar en Barcelona en 1936, el coronel Aranguren Roldán, también fue fusilado.20
    Después de la inauguración del Valle de los Caídos, Antonio Escobar Valtierra, hijo del general, solicitó que se trasladaran los restos de su padre, enterrado en el Cementerio de Montjuic y de su hermano, José Escobar Valtierra, teniente que luchó en el bando golpista, fallecido en la batalla de Belchite. Únicamente fue autorizado el traslado de los restos del hijo del general; los restos de Antonio Escobar siguen en el cementerio de Montjuïc en Barcelona.

    En la cultura popular

  • Memorias del General Escobar (1984). Película dirigida por José Luis Madrid, protagonizada por Antonio Ferrandis, Fernando Guillén y Jesús Puente, y con guión del capitán Pedro Masip Urios, ayudante de campo del general Escobar.21 22